4 de octubre de 2012

Guitarras al atardecer

Aún recuerdo el último día que estuve con él. Si no recuerdo mal, fue un frío y lluvioso jueves en el verano de 2010, algo extraño en esa época del año. Echamos una partida de bolos y nos fuimos de cañas con los amigos, como la mayoría de esas tardes. Era algo normal, estábamos de vacaciones.

Se llamaba David y era, además de un amigo, una de las mejores y más buenas personas con las que he tenido el gusto de compartir mi vida.

A la mañana siguiente de ese jueves, muy temprano, apenas tras abrir los ojos, me llamó su padre. Angustiado, me preguntó si sabía dónde estaba David. En ese momento me di cuenta de que se había llevado la moto. Nos temimos lo peor, y así fue. Fuimos a una de las carreteras que salía del pueblo y al llegar a una pronunciada curva encontramos la moto en el pavimento y el cuerpo de David en un charco de barro, malherido. Él estaba allí y su casco unos metros más allá. Rápidamente llamamos a las emergencias, que poco nos pudieron decir de su estado. Le trasladaron a un hospital a las afueras de Valencia. Nos dijeron que esperáramos en la puerta del hospital.

Momentos de agonía, malestar, de angustia y de impotencia. Larga espera para más tarde recibir la noticia de que David había fallecido por una parada cardíaca. El momento de su accidente y de su posterior fallecimiento se parece, no sé si por casualidad, a una estrofa de una de las canciones favoritas de David, un tema de Duncan Dhu llamado "Sueño Escocés", que dice lo siguiente:

Te cubrirá la niebla,
el frío que hay en tí.
Escucha el ruido de las olas
rompiéndose en el mar.

La niebla le cubrió en esa mañana fría y su cuerpo frío se volvió. Su alma eran las olas que rompieron en el mar de la impotencia.

Que tu luz no se apague, que la luz de la luna seas siempre tú. No te olvidaremos.