27 de mayo de 2023

Su vida era muy similar a la mía (1)

La vida en Londres no era sencilla, todo estaba lleno de trabas. Un día una cosa, al siguiente otra, siempre había algo que impedía que avanzase y crease algo distinto. A las pocas horas de llegar a la ciudad me topé con un anuncio relativo a un alquiler en una farola cerca de Bank Street, donde pasé mis primeros días en un piso de estudiantes, a pesar de que mi misión en la capital imperial no fuese la de hincar los codos. David McGinn, un irlandés que vino de Belfast era mi compañero de cuarto. En los pocos días que estuve en ese lugar me recomendó que hablase con distintas personas conocidas suyas para así hacer más llevadera mi estadía en esa enorme ciudad. Como él llegó a Londres para empezar su carrera en arquitectura tuvo poco tiempo para acompañarme, así que tuve que lanzarme a ciegas a las calles. Mi primera sensación era de pérdida o quizá de locura, que en unas horas se convirtió en tranquilidad.

He de reconocer que durante los primeros días me costaba respirar, moverme, vivir, ya que tenía la sensación de estar en un sitio extraño, como si estuviese en una realidad paralela fuera de este mundo. Costó una semana para que me pudiera librar de ese agobio que me impedía ver todo tal cual era. Mi misión en Londres era la de encontrar trabajo, si era posible, relacionado con lo que ya hace años estudié, la carrera de ciencias políticas. Como persona instruida en la vida política, la izquierda era mi orientación, lo que me llevó a aprender más tras haberme licenciado hace unos meses. Tenía 28 años y quizá Reino Unido me diese ahora la oportunidad que no tuve en España, o al menos aquella que no supe ver o valorar. Y a ello me puse. Tras varias tardes buscando, dejando currículos y después de un par de entrevistas fallidas, David me habló de una joven llamada Martha, que trabajaba en la London University como becaria adjunta en el departamento de comunicación. Esa misma tarde la llamé y concertamos una entrevista en su despacho al día siguiente. Tras evaluarme y charlar de forma informal me animó a sumarme a su equipo de ayudantes dentro de la universidad siempre y cuando estuviese relacionado con mis estudios anteriores. He de decir que nada comenzó como esperaba, ya que estuve dos meses sin recibir sueldo alguno debido al contrato de becario. Por suerte pude dejar el piso de estudiantes de Bank Street ya que Martha me cedió un cuarto en su apartamento, a cambio solo de hacer algunas labores de limpieza y mantenimiento en la casa. Mi liberación llegó en parte con esto, ya que ahora podría destinar el poco dinero que tenía a disfrutar algo más de la ciudad fuera del trabajo. Mi estadía en la universidad fue tranquila, ya que mis labores eran sencillas. Durante los primeros meses me dediqué a diseñar carteles de eventos, hacer fotocopias o repartir el correo entre los profesores. Un tiempo después el Partido Laborista y la facultad de políticas organizaron un seminario sobre el futuro del país, al cual me sumé como ponente debido a mis estudios en España: justamente mi trabajo final trataba de ese tema. A pesar de no ser una eminencia en este tema, recibí algunos elogios que se vieron recompensados al recibir mi primer salario, que se adecuó al emolumento de un becario de investigación en la facultad. Semanas después me afilié a las juventudes del partido y comencé a colaborar activamente en actos y conferencias por todo el país, lo que me impulsó a poder completar mi escasa formación universitaria en España y empezar a dar charlas sobre el tema en escuelas e institutos en nombre del partido.

Aunque en ningún momento buscaba otro trabajo aparte del que ya tenía, un día vi en un diario gratuito tirado en una estación de metro una oferta de trabajo como barman en un pub que además estaba muy cerca de casa. Por suerte, años antes tuve la oportunidad de trabajar en un bar en Madrid, así que experiencia no me faltaba aunque todo fuese distinto, empezando con la diversidad de bebidas y acabando con los precios, bastante más altos de lo que son en España. Me pasé a la hora acordada y tras conversar con el encargado, decidió darme una oportunidad por las tardes, de 5 a 9, cuando habría más gente en el local, solamente para probarme y así poder ver cómo me desenvolvía, por lo que pudiese pasar si un día debía acudir como refuerzo. Afortunadamente logré pasar el periodo de prueba y me mandaron al turno de mañana, lo que me obligó a cambiar mi turno de becario en la universidad. Tuve la suerte de tener poco trabajo en esta etapa, ya que mi trabajo en esas horas era solo el de descargar la cerveza y comida de los camiones de los proveedores y preparar todo para el horario de comidas desde mediodía. La zona estaba llena de oficinas y a diario venían cientos de empresarios trajeados a comer a toda prisa para volver a sus anodinas vidas.

Han pasado dos años desde esto. Ahora tengo pareja y mi vida se ha transformado completamente. Eva era maltesa y llevaba 10 años en Londres trabajando como taquillera en una conocida sala de conciertos y como camarera en una franquicia de restaurantes de bocadillos. Su vida era muy similar a la mía: era extranjera y su sueldo era bajo, pero juntando ambos lográbamos llegar a fin de mes sin problemas. Alquilamos un pequeño y ruidoso ático en el barrio de Hackney, cerca de la estación de Liverpool Street y la ‘City’, el centro neurálgico de la capital. Sin muchos lujos ya llevábamos seis meses allí. Aún recuerdo la humedad de las paredes y la puerta que no cerraba, a la que tuvimos que atar una cuerda con un candado para evitar que nos robaran, ya que el dueño no aceptaba cambiarla por lo que pagábamos al mes. Ella ahora trabajaba en un restaurante italiano cerca de Leicester Square y nuestra situación fue mejorando poco a poco. En ese momento yo no podía aspirar a más de lo que ya tenía: seguía compaginando mi labor en la universidad por las tardes con el trabajo en el pub, ya que al contrario que Eva yo tenía un visado de estudiante y no de trabajador, lo que me evitaba llegar más alto.